viernes, 11 de noviembre de 2011

Abandonando el Oasis y algo más

Es obvio, tanta inactividad en el blog solo puede responder al hecho de que algo ha sucedido, pero antes de explicarlo, queremos rememorar los últimos momentos en La Sabana.


Impactante foto ¿verdad? Es la vista del mirador de La Sabana. “Neptuno”, así llaman a Chema sus vecinos, el pescador que nos invitó a acompañarlo a una de sus jornadas de pesca, está acostumbrado a ese bonito paisaje y no por ello deja de valorarlo, al contrario, las horas que pasa en el mar son algo más que su modo de vida, también son su pasión, no concibe existir sin su compañía.


Aceptamos encantados la invitación de Chema pero el día en que nos íbamos a embarcar en la pequeña barca junto a sus compañeros, Don Pedro y Dominguín, Ariadna se levantó con el estómago girado y lo que en un primer momento nos pareció una mala jugada del destino, resultó ser una suerte pues mamá y Ariadna se marean con facilidad. Ellas se quedaron en la playa y papá navegó durante tres horas con viento del nordeste, observando cómo los tres pescadores respetan el mar realizando una pesca sostenible sin redes y extrayendo de este lo necesario para ellos y algunos de los habitantes de La Sabana, a los cuales unas veces les regalan los pescados y otras los venden según las necesidades de sus familias. Por su parte los tres pescadores pudieron observar como su invitado, tras un monumental mareo, alimentó a los peces con el almuerzo que se zampó unas horas antes. Fue de agradecer la discreción e indiferencia con que lo hicieron.



A Ariadna le encanta dibujar. Para nosotros ha sido una sorpresa ver cómo tras estos días en el Caribe venezolano, en sus dibujos las princesas, reyes, mamás, papás, niños y niñas han dejado de tener una piel rosadita y ahora la mayoría de ellos lucen un bonito marrón oscuro. Lo que no ha cambiado en sus dibujos es la sonrisa de todos ellos, algo que nos tranquiliza como padres pues es representativo de que se siente bien.



En cambio hay algo que si nos mantenía muy intranquilos, en el caso de mamá sería más correcto utilizar el término de angustiada, la seguridad. El día antes de dejar La Sabana, Onelis nos propuso ir visitar el pequeño pueblo de Caruao que se encuentra a tan solo ocho kilómetros. Realmente el paraje es espectacular, acorde con lo que habíamos visto desde que dejamos Los Caracas, pero ya no lo disfrutamos tanto. Volvimos a ir escoltados y estábamos agradecidos a las autoridades por ello, pero poco a poco tomamos consciencia de que nos íbamos alejando de la esencia del viaje. Por otro lado si no hubiese sido así nos aseguraron y reaseguraron que no podríamos continuar pues las bicicletas y los remolques son caramelos a los que difícilmente renunciarían los amigos de lo ajeno. Por si esto fuera poco al día siguiente debíamos dejar el estado de Vargas y adentrarnos en el de Miranda, en este caso gobernado por el partido opositor, donde nos recomendaban ponernos en contacto con sus autoridades para dar a conocer el proyecto y buscar nuevos apoyos pues según nuestros amigos Miranda es más peligroso que Vargas.



Lo cierto es que tras acaloradas discusiones y posteriormente sosegados diálogos decidimos poner punto y final a nuestra aventura en Venezuela. Nosotros estábamos dispuestos a afrontar riesgos pero nuestra hija no tenia porqué llevarse el susto de un robo con violencia o alguna otra situación traumática para una niña de tres años. Debemos aclarar que en ningún momento culpamos a los venezolanos de la situación en la que nos encontrábamos, más bien les estamos inmensamente agradecidos ya que siempre hemos recibido su ayuda cuando la hemos necesitado. Fuimos nosotros quienes decidimos ir su país, nadie nos llamó, por lo tanto somos los primeros responsables de las situaciones en las que nos encontramos. Las circunstancias de cada país, buenas o malas, son las que son, y lo son por miles de motivos, no surgen al azar. Debemos tenerlas en cuenta a la hora de tomar decisiones en cuanto nos afecten directamente, pero jamás juzgarlas alegremente ya que estando de paso raramente conocemos los porqués. 


Cenamos por última vez con Onelis y sus amigas. Una cena triste, como todas las que tienen ese aroma de despedida, silencios incómodos, promesas de un reencuentro que difícilmente se producirá y el recuerdo de momentos vividos días antes.


La ida a Colombia fue caótica. El camión que nos vino a buscar para llevarnos al aeropuerto llegó tarde, perdimos el vuelo a Puerto Ayacucho, capital del estado de Amazonas en Venezuela, y nos devolvió a Macuto. Parte del dinero para el vuelo se esfumó en pensiones, comidas y gestiones infructuosas por conseguir un billete para Puerto Ayacucho desde donde debíamos llegar a Puerto Páez en Colombia. ¿Por qué no ir en autobús? En un primer momento nos pareció viable el bus pero no hubo forma de que nos permitieran subir las bicicletas y los remolques aunque estuvieran debidamente desmontadas y empaquetadas. Finalmente una compañía se prestó a ello pero el precio del equipaje superaba con creces el de los tres billetes juntos. Aunque parezca extraño en nuestras circunstancias era más barato volar que no ir en bus.
El transcurrir de los días decidió por nosotros, pronto la única posibilidad que nos quedó de llegar a Colombia fue dejar las bicicletas y los remolques en casa de nuestro buen amigo Marcelino, un ángel del camino, e irnos en autobús por la ruta que teníamos trazada en nuestro proyecto. Recorreríamos los llanos venezolanos y colombianos:
De Caracas hasta San Fernando de Apure (8 horas en bus)
De San Fernando de Apure a Puerto Páez (4 horas en bus)
En este trayecto nos convencimos de que la decisión de abandonar el proyecto era la acertada pues no solo era preocupante el tema de la delincuencia, a eso había que añadir la constatación del peligro que representa ir en bicicleta con remolque en esas carreteras, ya no por el estado de la mismas, de por si realmente malo en largos tramos, sino por el nulo espacio para transitar por ellas cuando pasa un camión de gran tonelaje, o algún camioncito con más carga que el que lleva uno grande, que también los hay, muchos.
De Puerto Páez a Puerto Carreño, ya territorio colombiano, llegamos en cinco minutos en una lancha.
En Puerto Carreño preguntamos a algunas personas donde se toman los buses para llegar a Villavicencio, su respuesta nos asombró, una nueva señal. Nos dijeron que por ahí solo se circula si es por causa de fuerza mayor, los que lo hacen conducen a toda velocidad en los tramos en que es posible hacerlo pues las riadas y los desprendimientos se llevan a más de uno; por si esto fuera poco se recomienda ir acompañado de algún otro coche  en los aproximadamente 500 km hasta Puerto Gaitán, a unos 250 kilómetros de Villavicencio, son poquísimas las zonas habitadas y si por desgracia se sufre un accidente es muy difícil que alguien pueda socorrerte. Como dice el refrán “donde llegues haz lo que vieres” así que pasamos la noche en el pueblo y al día siguiente tomamos el mismo medio de transporte que utilizan los lugareños, subimos en una lancha rumbo a Puerto Gaitán, un eterno viaje de 14 horas en el que aparte de un pesadísimo control militar de 30 minutos, tan solo nos apeamos dos veces a la ribera del rio, eso sí, en esos breves minutos disfrutamos de un delicioso sudado de pescado de rio.






Finalmente llegamos de noche a Puerto Gaitán y Ariadna pudo abrazar a su abuelo quién vino a buscarnos para llevarnos hasta Villavicencio, donde nos esperaba la abuelita con una reconfortante cena y unas ganas inmensas de abrazar a su nieta.
Durante el trayecto una última señal acabo con los ánimos de mamá y con las escasas esperanzas de papá de reemprender el proyecto en Colombia. La violencia sigue latente en este precioso país.


Ariadna está feliz en casa de sus abuelitos. Mamá y papá nos hemos estado preguntando durante varios días ¿Y ahora qué?
La respuesta ha tardado varios días en llegar, pero finalmente la tenemos:


La realización de un documental sobre EL CHOCÓ, el segundo pulmón del mundo, una de las zonas más húmedas del planeta, un territorio de más de 46.530 Km2 dominados por selvas espesas en el que solo hay 60 km de carreteras asfaltadas, sus caudalosos ríos son sus milenarias vías de circulación. Afrocolombianos, indígenas, mestizos y tan solo un 4% de población blanca son los habitantes del departamento más rico de Colombia en cuanto a biodiversidad pero contradictoriamente el más pobre del país.


Esta vez mamá y Ariadna se quedan en casa. Aún así estoy convencido de que no estaré solo. ¿Me acompañáis?